terça-feira, março 07, 2017

SOBRE O MITO DA TOLERÂNCIA NO AL-ANDALUS

La historia ya se la saben. Desde el año 711 hasta 1492 la Península Ibérica, en mayor o menor parte, vive ocho siglos de dominio musulmán que nos legan algunos de los períodos más brillantes de ésta nuestra piel de toro. Esplendor político, con el Califato de Córdoba, uno de los estados más importantes de la época; y esplendor cultural, como por ejemplo con el Reino Nazarí, que recoge toda la herencia andalusí y la inmortaliza en obras como la sin igual Alhambra. Así, cuando el último rey musulmán emprende el camino de salida con lágrimas en los ojos - y yo le entiendo perfectamente - es tal la huella dejada por la cultura árabe/andalusí que aún la percibimos hoy en día.
Hasta ahí, bien.
No obstante, resulta que el mito va más allá. A menudo se asocia la imagen legendaria de Al-Ándalus con las palabras “crisol de culturas”, o, aún peor, el concepto moderno tolerancia. En escuelas e institutos se transmite con absoluta ignorancia una imagen bucólica, más sacada de Las mil y una noches que de la realidad, de una España musulmana donde judíos, cristianos y musulmanes vivían en paz y armonía.
Una imagen muy bonita que tiene como único defecto ser absolutamente falsa.

Consideración inicial: Al-Ándalus, como concepto
Antes de nada, una puntualización:
Si bien casi todos conocemos - o deberíamos conocer - la diversidad de los reinos cristianos y su evolución en el tiempo, no es así la imagen mental colectiva que se tiene de Al-Ándalus. Parece que Al-Ándalus es un estado que no cambia en ocho siglos; cuando se evoca el reino musulmán tiende uno a situarlo mentalmente en los límites geográficos de la actual Comunidad Autónoma de Andalucía: lo cierto es que en su época de esplendor la expansión musulmana lo lleva hasta la Marca Hispánica, muy cerca de la frontera con la actual Francia.
Al-Ándalus no es en realidad el nombre de un estado concreto, sino el nombre genérico en el que englobamos los diversos estados islámicos en la Península Ibérica, que fueron muchos y variados. En ocho siglos la historiografía tradicional nos señala divisiones como el Emirato dependiente, el Emirato independiente, las sucesivas Taifas (hasta tres), o el último reducto, el Emirato Nazarí. No es pues, un ente inamovible y unificado; en época de Taifas, sobre todo, cada pequeño estado tendrá un comportamiento sorprendentemente variado, llegando algunas a aliarse con los reyes cristianos.
Además de eso, hay que tener en cuenta que la población tampoco era homogénea. Simplificando mucho, una élite árabe y beréber había sido protagonista de la conquista sobre una población de origen hispanorromano que se había acabado convirtiendo al Islam: ellos serán, propiamente, los andalusíes. Con el paso del tiempo, varios grupos se incorporarán a este sustrato, destacando por su propio peso dos de ellos procedentes del norte de África: almorávides y almohades. Su importancia será vital, sobre todo en el caso de los últimos, que conseguirán frenar la expansión cristiana inflingiéndoles alguna derrota dolorosa, y devolverán la unidad temporalmente a Al-Ándalus integrándola en un auténtico imperio que en la Península tiene su capital en la espléndida Sevilla almohade.
Es imprescindible entender que cada grupo trajo su particular forma de vivir el Islam, y que la mentalidad no podía ser igual en uno de los primeros reinos de taifas que en la última Granada nazarí.

Y ahora vamos con la tolerancia.

Las gentes del libro
En la entrada que dediqué a los conversos al Islam ya hablé del especial estatus que la religión de Mahoma reserva a judíos y cristianos, considerándolos dimmis o gente del libro y asegurando - sobre el papel - cierta tolerancia a sus creencias. El profeta Muhammad se había criado entre judíos y cristianos, y el mismo Islam en el fondo es una mezcla entre tradición arábiga y elementos del judeocristianismo. Y aunque decepcionado porque algunos de sus amigos cristianos y judíos no se habían convertido masivamente al Islam, Mahoma garantizó el reconocimiento a ambos como “primos hermanos” de los musulmanes.
Este elemento, que todo el mundo conoce, ha presentado al Islam como una religión novedosa - que lo fue - y tolerante, cuando la verdad es que sólo forma parte de la estrategia global de la expansión de la fe islámica. El Islam se extendió de forma fulgurante, en parte a punta de cimitarra, pero también aprovechándose de las divisiones internas de los lugares que conquistaban. Así sucedió en Egipto, Siria o la propia Hispania visigoda. En este contexto, el auténtico enemigo de la fe islámica era el politeísmo: era mucho más difícil que un adorador de varios dioses se integrara en una religión tan fuertemente monoteísta como el Islam. El salto era mucho mayor que para un judío o un cristiano.
Si lo pensamos detenidamente, la estrategia fue brillante. Frente a la cerrazón  visigoda, los musulmanes fueron vistos poco menos que como libertadores por parte de los oprimidos judíos y los hastiados cristianos hispanorromanos. En principio, no les obligaron a convertirse - el musulmán tenía poco interés por el proselitismo - quizá porque sabían que no haría falta. Permitiéndoles mantener su religión, pero añadiéndoles unas cargas fiscales que - en teoría - no soportaban los conversos, era sólo cuestión de tiempo que se produjeran conversiones masivas al Islam, una religión que difería más en la forma que en el fondo de las que ellos practicaban. Dejar de pagar un impuesto bien merece una misa en la mezquita, debió de pensar más de uno, resignándose a no comer jamón durante el resto de su vida.
Una minoría, sin embargo, se mantuvo fiel a sus creencias. Cristianos mozárabes y judíos siguieron viviendo en la tierra de sus padres, pero con una situación menos idílica que la que nos han vendido.

Ál-Ándalus tolerante y multicultural
Lo cierto es que nunca existió la tolerancia tal y como actualmente la entendemos: cristianos y judíos jamás dejaron de ser ciudadanos de segunda al igual que los muladíes, y como moriscos, mudéjares, judíos y conversos lo serían más tarde en el reino cristiano. La mentalidad medieval no contemplaba la tolerancia. En parte, porque la religión era un fuerte elemento de cohesión social: sólo hay que recordar que ya el rey visigodo Recaredo había tenido que dar el paso de convertirse del arrianismo -una corriente cristiana, mayoritaria entre los godos- al catolicismo para intentar cohesionar a la élite visigótica con el pueblo hispanorromano y católico.
Si no existió tolerancia, ¿hubo multicuturalidad? En absoluto. Sólo hubo una cultura a la que las otras dos se plegaban según el momento. Lo explica mejor que yo el hispanista francés Joseph Pérez:
Varios autores se han extralimitado al hablar de las tres culturas de la España medieval. No hubo nada semejante. La España medieval no conoce más que dos culturas dominantes y dominadoras: primero la musulmana y luego la cristiana; los judíos se incorporaron a la una y después a la otra (…)”. Historia de una tragedia, p. 18.
No existió Al-Ándalus tolerante. No existió una Al-Ándalus multicultural. Existió, eso sí, una Al-Ándalus dividida en etapas y sometida a una constante evolución, donde por momentos ambas minorías contribuyeron a su grandeza, pero en la que también fueron, según el período histórico, salvajemente reprimidas  y finalmente expulsadas.

Judíos en la España islámica
Los judíos fueron una de las minorías que más apoyaron la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica. Y es que este pueblo había sufrido serias persecuciones bajo el mandato de los Visigodos. Pese a que se discute si es verdad o no que abrieron las puertas de Toledo, sí es verdad que en varias villas, incluida la propia capital, se encomendó a los judíos su defensa después de haber sido conquistadas por los musulmanes.
Los judíos no dejaban de ser una minoría, pero al menos la llegada del Islam les garantizó cierto respeto a sus creencias, sus posesiones y sus vidas. Gracias a esto, Al-Ándalus ha pasado a la historia del pueblo judío como uno de sus mayores períodos de esplendor, lo cual es una verdad a medias si tenemos en cuenta que acabaron siendo expulsados.
Es cierto que en un primer momento florecieron: aprendieron Árabe y se convirtieron en un importante soporte intelectual del estado musulmán. Pero no olvidemos que el pacto con las gentes del libro conllevaba también su completo sometimiento e inferioridad respecto a los musulmanes. En este sentido, que algunos judíos acabaran alcanzando puestos de gran poder se explica por parte de algunos autores en una aplicación bastante laxa de los principios del Islam, lo que entronca con la poca preocupación tradicional de los omeyas por la espiritualidad. Sin embargo, la ortodoxia que trajeron almorávides primero, y almohades después - y que causaría una auténtica represión sobre la cultura andalusí - acabaría con este período de relativo esplendor. 
En el siglo XII los judíos fueron expulsados de Al-Ándalus. Trescientos años antes de que los Reyes Católicos firmaran el Decreto de Granada, el estado tolerante y multicultural ya había decidido eliminar a la minoría hebrea de sus territorios. Estos judíos, por cierto, en muchos casos encontraron su refugio en el norte, donde los reyes cristianos les acogieron con los brazos abiertos, conscientes de su riqueza material y cultural. Con apoyo judío, entre otros, conquistó Mallorca el gran monarca aragonés Jaime I. El sabio cordobés Maimónides, fingió convertirse al Islam, aunque acabó exiliándose a Fez, reconciliado de nuevo con su fe natal. Una oleada de fanatismo de la que no se salvaron otros intelectuales musulmanes como Averroes, al que los amohades confinaron en Lucena.

Mozárabes y mártires
El caso de los mozárabes es tan sólo ligeramente distinto, ya que, aunque se suele dar por cierto que aproximadamente un 80% de la población hispanorromana se convirtió al Islam, un número indeterminado de cristianos decidieron abandonar sus tierras y marchar a los reinos que empezaban a configurarse en el norte.
Los que se quedaron, sin embargo, lo hicieron con las mismas condiciones que los judíos. Como gentes del libro, se les permitía practicar su religión: en la práctica, sufrían una alta presión fiscal, tenían que tener un estatus inferior al de los musulmanes y les estaba prohibido edificar nuevas iglesias. Con el tiempo, acabaron teniendo que vestir de una forma determinada, y soportando prohibiciones como la de montar a caballo. Nada que nos sorprenda demasiado, pero desde luego muy alejado a nuestro actual concepto de tolerancia.
Socialmente su situación tampoco era halagüeña. Según deducimos de testimonios como el de Eulogio de Córdoba, la animadversión al cristiano, y sobre todo al sacerdote, era común. “Nos insultan y nos persiguen a pedradas”, dejó escrito. Por supuesto, hacer proselitismo del cristianismo estaba absolutamente prohibido. Eulogio acabaría alentando un movimiento de reafirmación pública de la fe cristiana, que incluía insultos a Mahoma y al Islam, lo que obviamente sumó un buen número de mártires al catolicismo.
En época de Al-Hakam se produce un episodio realmente sangriento para los cristianos de Córdoba: un incremento de la presión fiscal motiva el llamado motín del arrabal, donde los mozárabes lideran serie de revueltas en las que también se podían encontrar a muladíes y judíos. La rebelión es aplastada, sus líderes crucificados, y los barrios (arrabales donde vivían) destruidos.
También bajo Al-Hakam tiene lugar la llamada “jornada del foso” de Toledo, ciudad en la que vivían bastantes elementos godos, mozárabes y judíos. Mediante un engaño, el gobernador de la villa, Amrus, invitó a unos 400 de ellos a un banquete en el palacio. Una vez allí dentro, fueron pasados a cuchillo y sus cabezas arrojadas a un foso.
Diversos episodios de represión o desprecio contra los cristianos se suceden a lo largo del amplio período de la España musulmana. Bajo el gobierno de Abd al-Rahman III, restos de mártires son profanados. La presencia de cristianas esclavas era habitual en los harenes de los nobles, emires y califas. La ortodoxia de las oleadas norteafricanas también afectarán negativamente a los cristianos. Con los almorávides, algunas comunidades cristianas son deportadas a la fuerza. Con los almohades, y como sucedió en el caso de los judíos, a los cristianos se les presentarán tres posibilidades: convertirse, exiliarse o morir. Los mozárabes, junto a sus compatriotas judíos, se dirigirán entonces masivamente al norte, acabando con la pretendida Al-Ándalus de las tres culturas. 

La utilidad de un mito
La supuesta tolerancia religiosa de Al-Ándalus es, por tanto, falsa. Es cierto que por períodos se consiente con más o menos libertad al judío y al cristiano, pero la misma base del estado islámico los condena a la sumisión. La verdad es que cuando uno estudia la represión religiosa de la Al-Ándalus islámica y la de la España cristiana se da cuenta de que, en el fondo, no fueron tan distintos. Hubo revueltas de cristianos en Al-Ándalus como posteriormente las habría de musulmanes en España. Hubo represiones sangrientas y brutales, al igual que prohibiciones para alentar la conversión voluntaria. Hubo, tanto por parte de reyes cristianos como de musulmanes, un afán por señalar al judío. Y en ambos estados se acabó expulsando de forma terminante a las dos minorías religiosas, en lo que acabaría siendo, tanto en uno como en otro caso, un error fatal.
El problema es que, si bien la mayoría de personas conocen el fenómeno de la Inquisición o saben que los judíos fueron expulsados tras la conquista de Granada, muy poquitas sabrán que tres siglos antes habían sido deportados junto a los cristianos de Al-Ándalus. Todos sabemos que los cristianos exigieron a los judíos marcarse con un distintivo, pero pocos que los musulmanes lo habían hecho antes. Cualquiera puede evocar la quema de libros tras la conquista cristiana, pero no es vox populi que en el esplendoroso Al-Ándalus también se producían hechos similares, como la destrucción parcial que Almanzor causó, alentado por la ortodoxia islámica, de la gran biblioteca de Al-Hakam II. 
Cabe preguntarse por qué los libros de texto del colegio siguen transmitiendo un mito que cualquier estudiante de Historia de 2ª año puede desmontar con facilidad. Y digo esto precisamente porque una de mis primeras anécdotas universitarias es la de un profesor riéndose cuando le mencionaron el cacareado crisol de culturas andalusí, y emplazándonos a ir al departamento de Medieval a preguntar por el susodicho. Este mito se ha desmontado una y mil veces en el ámbito universitario; y sin embargo, sigue transmitiéndose a nivel popular.
Es un mito que además está especialmente vivo en Andalucía, donde parece que interesa transmitir una imagen de Al-Ándalus como tierra de un esplendor bucólico y pacífico, siempre en confrontación con los arcaicos e intolerantes reinos cristianos. Por supuesto, encuadrando Al-Ándalus, de forma tradicional y absolutamente ignorante, en las fronteras de la comunidad. En Andalucía se hace un especial hincapié en reivindicar el pasado islámico de todo su territorio, olvidando a veces nuestras raíces godas, romanas o íberas, que también las tenemos. Es llamativo que en Granada - por poner un ejemplo que conozco bien - el esplendor del Museo de la Alhambra (Palacio de Carlos V), contraste con el olvido al que se ha sometido el Museo Arqueológico donde se conservan las piezas de épocas anteriores, y que lleva desde el año 2010 cerrado por unas presuntas obras sin que nadie haya dado una sola explicación al respecto. Ambos dependen de la Junta de Andalucía, a la que aparentemente lo romano o lo íbero no le interesa tanto como lo andalusí.
También la Junta de Andalucía creó hace ya muchos años el proyecto El legado andalusí, con una loable labor de difusión. El problema es cuando observamos que El legado andalusí, en su misma página web, presenta la manida versión sesgada y falsa de Al-Ándalus. En la parte que dedican a la etapa almohade no hay una sola referencia a la expulsión de judíos y cristianos de Al-Ándalus, ni a la represión sufrida por personalidades como Maimónides y Averroes – al que la Junta, irónicamente, homenajea dando su nombre a un portal educativo - .
Y así es como el mito de Al-Ándalus, que cualquier historiador puede desmontar, acaba convirtiéndose en materia de estudio y transmitido a la cultura popular. Así es como una interpretación incierta se acaba convirtiendo en canónica. Porque si algo hemos aprendido, es que cuando la política pone sus manos sobre la Historia, la verdad tiene poco que decir.


Fonte: https://profeaventuras.wordpress.com/2013/12/13/desmontando-mitos-la-tolerancia-de-la-al-andalus-multicultural/comment-page-1/

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Afigura-se sintomático que no programa escolar do ensino obrigatório nos países ibéricos - quando não no resto do Ocidente - só a intolerância cristã, entenda-se, dos Europeus, seja referida enquanto a equivalente intolerância do seu «irmão mais novo», o Islão, passe quase por completo em silêncio pela vida estudantil. Assim é que dá jeito para reforçar o complexo de culpa branco - ainda que ser branco não implique ser cristão, obviamente, mas isso é outro assunto - e ao mesmo tempo embelezar o Sagrado Alógeno...