A TRAGÉDIA ANUNCIADA NO PAÍS IRMÃO - O FIM DA VERDADEIRA EUROPA

En una década la cifra de extranjeros empadronados se ha multiplicado prácticamente por diez, de los 542.000 de 1996 a los casi 4,5 millones de hoy, la explicación la tiene la llegada masiva de inmigrantes en los últimos años, que suman el 9,9% de la población, 4,48 millones de personas del total de 45,12 millones de habitantes, datos que el Instituto Nacional de Estadística ( INE) ha hecho públicos.
Aunque los marroquíes siguen a la cabeza del principal colectivo de extranjeros residentes en España, la entrada en la Unión Europea de países como Rumania da la engañosa impresión de que los extranjeros comunitarios han pasado a ocupar puestos de primera fila entre los nuevos vecinos recién llegados.
Más de 576.000 marroquíes han arribado a España, le siguen los rumanos, 525.000, después, los ecuatorianos, con más de 421.000, y colombianos, casi 259.000. Les siguen los bolivianos, con 200.000 y después los argentinos, con unos 140.000.
Por el contrario el número de españoles empadronados creció apenas un 0,17%, 70.000 en cifras netas, frente al 8,17% de los extranjeros, si unimos este desequilibrio en el ritmo de crecimiento al dato de la baja natalidad entre españoles y la alta entre inmigrantes, no es de extrañar que la Secretaria de Estado de Inmigración diga que el fenómeno transformará Europa en los próximos 20 años, ya que a este ritmo se igualará la población de origen nacional con la de origen extranjero.
A pesar de la bonanza económica que se atribuye a la inmigración, se empieza a vislumbrar los serias disfunciones que pueden causar en un futuro graves problemas.
Según los expertos, el crecimiento reciente en España se ha basado en un fuerte aumento de la demanda doméstica, especialmente consumo y construcción residencial, impulsada por dos elementos: la acumulación de deuda de las familias y empresas y la inmigración. A corto plazo, genera mucho empleo y acelera los ingresos tributarios, pero a medio, acumula desequilibrios. Principalmente, una pérdida de competitividad, alimentada a través de una inflación diferencial. A este desequilibrio habría que añadir que el fuerte incremento de la población a través de la inmigración limita el crecimiento de la renta per capita frenando la convergencia real. Es decir, la bonanza económica derivada de la inmigración esta favoreciendo principalmente al empresario, pero perjudica al asalariado y a nuestro nivel de productividad.